Salto en el tiempo, casi dos años, y me acuerdo de un viaje que realice la segunda vez que volví a Venezuela para trabajar con Cecosesola.
Estiguates, el primer destino de lo que sería mi viaje, el objetivo era visitar las cooperativas de agricultores socias de Cecosesola. En mitad de los andes de Venezuela, en lo más alto e inaccesible de la montaña, en comunidades tan alejadas del mundo que no puedes imaginarte que son reales hasta que las sientes la magia de la tierra y la energía de la gente que la habita.
Este es solo un resumen de mi impresión, ahora, pasados ya casi dos años, es un trozo de mi vida sacado del contexto, un recuerdo ahora compartido.
Salí el jueves pasado a las seis de la mañana, pero cuando agarras un bus en Venezuela es toda una incertidumbre, porque no sabes cuando sales y menos aun cuando llegas. Lo que he aprendido viajando es que El “ahorita mismo salimos”, que siempre te dicen, depende de lo que tarden en llenarse todos los puestos, y esto pasa cuando la gente termina de almorzar, hacer sus necesidades, o comprar un refresquito. y eso que siempre te dice el conductor, “no se apure señora, el viaje es rapidito, llegamos en tres horas”, es sólo lo que tardo en perder la noción del tiempo, del camino ya recorrido y de lo que falta por llegar… aquí se aprende a cultivar la paciencia con tanto empeño y esmero que termina convirtiéndose en todo un arte digno de admirar en algunas personas…
Llegue a Valera, creo que después de cuatro horas de camino pasando por pueblos entre un tráfico lento de animales, camiones y gente en bicicleta…
Mi destino era Estiguates, un caserío en la montaña de difícil acceso, para llegar hay que tener coche propio y mucho equilibrio para manejar. El camino bordea la montaña y se pierde en la distancia, muy cerca del filo… por suerte siempre anda cerca el ángel de la guarda y los árboles que bajan sus ramas y hacen una cama para amortiguar el golpe si por casualidad caes. Muchos aquí cuentan cómo han vuelto a nacer después de caer por esos precipicios…
A medida que subes las montañas, las casas se esconden en lugares donde parece imposible acceder, te vas acercando más al cielo, en Estiguates sientes que lo puedes tocar.
El frío aprieta y la humedad se mete en los huesos, el sol en esta época apenas sale, la niebla le va cubriendo hasta que el paisaje se vuelve gris, las formas de la montaña y las casas se difuminan hasta casi desaparecer. Las zonas más altas desafían a la niebla, y por la noche se pueden ver todas las estrellas posibles, agarrarlas con la mano, inventarse figuras nuevas y constelaciones que solo la gente de aquí puede ver porque pertenecen únicamente a este lugar…
La hospitalidad de la gente es tan grande que pude llegar casi a incomodar, pero yo nunca me canso. A medida que se gana en confianza me permito decir que no a todo lo que me ofrecen, principalmente comida y café. Un día estuve en cama enferma de mi estomago, por el frió me decían aquí, una indigestión, digo yo, por todo lo que me daban de comer y mi estomago no podía procesar…
Todos quieren compartir conmigo y tenerme en su casa, cada día voy pasando de una a otra, todas son igual de frías, sólo el calor humano las calienta, pero se escapa por las rendijas del techo y la puerta…
Fui a la reunión comunal, la primera vez que presenciaba algo así, todos asistieron, todos hablaron, se escucharon, nos pusimos de acuerdo, voy a realizar talleres de salud, principalemnte sobre la salud emocional, porque en el campo también hay estrés y enfermedades del alma que no curan porque no se saben detectar, pero lo hare junto con la enfermera de la comunidad, porque saben que yo no sé más que él resto.
Mientras tanto he acompaño a la enfermera en sus visitas diarias a las casas de los enfermos, con la esperanza de que la novedad de mi presencia alegre un poco el espíritu que enturbia y enferma la rutina, también he trabajado con los niños de la escuela, con los hombres arrancando zanahorias y papas, y con las mujeres cocinando y lavando cacharros.
La vida por lo general es muy tranquila, la gente trabaja en el campo, con burros y las manos, porque el desnivel de la montaña no permite maquinaria. Cada cual tiene sus tierras, pero no se entiende de propiedad privada, se trabaja lo que da de comer y se reparte porque nadie tiene porque pasar hambre.
Los hombres se dedican al campo y las mujeres a la casa, ellas son las que la mantienen, porque los hombres se van, viajan a vender las hortalizas, pero las mujeres siempre están, siempre se quedan… además ellas son enfermeras, profesoras, contables… sólo los ignorantes piensan que la ignorancia garantiza la sumisión de las mujeres y de los pobres, me dicen constantemente.
Aquí saben es que la unión hace la fuerza, y la única forma de tener voz y voto es estando unidos y a esta gente no les cuesta hacerlo.
Por esta comunidad han pasado gente de diferentes partes del mundo, gente con la intención de aprender sobre trabajo comunitario y llegan acá porque saben que el mejor ejemplo es Cecosesola, hay cosas que en la escuela no enseñan y entonces hay que salir fuera a buscarlas y aprender de las vivencias de otros.
No queda mucho que hacer por aquí después del trabajo, doy paseos de un lado a otro visitando familias, o charlo con cualquiera en la calle, siempre estoy con gente, pero en la noche mientras ellos se refugian en las telenovelas, (son muchas y variadas), yo aprovecho para salir fuera, contemplar la oscuridad y el silencio, sentir la lejanía absoluta con el resto del mundo, hasta olvidarme de su existencia, sentir la soledad, la paz y compartirla con esos otros seres vivos que ignoramos en la ciudad o en otras circunstancias, pero en ese momento es imposible hacerlo.
Y así van pasando los días, aprendiendo, sintiendo y compartiendo, dejandome llevar, sin pensar en que pasara mañana.